VIENDO BAILAR A UNA CHICA MUY MAJA

(vindicación de lo apolíneo como guerrilla frente a la institucionalización de lo dionisíaco)

Ante todo, señalo que sólo he bailado dos veces en mi vida: una, agarrao, con una interna de un psiquiátrico (visitando a mi madre en el hospital de día de la calle Ibiza -año 73 o 74-, un a modo de guateque terapéutico: mi pareja era una completa desconocida hasta aquella tarde y recuerdo la cosa como recentalmente erótica, con un algo de la expresión «arrimar la cebolleta» y con otro algo de desazón impuesto por mi corte ante la situación en sí) y la otra, si se la puede llamar baile, cuando en el festival de Benidorm del 83, tras haberse empeñado el manager Yayo en darme una raya de coca (prescripción poco afortunada para alguien de temperamento ya de por sí tendente a lo frenético), intenté llenar los largos momentos instrumentales de EL UNICO JUEGO EN LA CIUDAD moviendo el esqueleto por todo el escenario al extremo de desafiar la gravedad en plan Fred Astaire (o mejor, teleñeco jugando a Fred Astaire) cuando, al darme cuenta que el nexo entre el piso y el muro iba no en ángulo recto sino en chaflán, hice varios conatos (algunos plenamente logrados) de subirme por las paredes.

Como espectador, mis experiencias en relación con la danza (danza, sí, término que me parece más atractivo por su solemnidad ajena a lo que más me disgusta del baile, la masificación caótica, las discotecas, el breakdance, las rutas del bakalao, lo dionisíaco como algo industrialmente programado, desacralizado, desprovisto de todo misterio) se limitan a:mi atención en adolescencia y temprana juventud por la gimnasia rítmica como única manifestación deportiva que ha concitado alguna vez mi atención, la película de Edgar Neville sobre el duende y misterio del flamenco, la película ¿BAILAMOS? en que Richard Gere se acerca al asunto como escape de sus rutinas apuntándose a una escuela en vez de irse a una boite a menear el esqueleto (o lo que es lo mismo, lo apolíneo, la asunción de una disciplina, entendido como liberación espontánea frente a las caóticas y tediosas imposiciones en materia de ocio -es lógico que esta historia se considere una de las más «reaccionarias» que ha interpretado el actor-), a lo que añadir mi interés por Lucette Almanzor (pareja de Céline y su viudísima por sesenta años -auténtico record de viudedad-) que danzó y enseñó sus disciplinas hasta casi el día de su muerte, más que centenaria (en 2020, por lo tanto, en rigurosa afirmación paralela -y ajena- a la psicodelia, al STUDIO 54 y todas las fiebres disco del sábado noche, a la ¿cultura? house, el breakdance, el hip/hop, etc, etc). Y, ya que he mentado a Céline, tanto él como otro sujeto extremo muy cercano a mí (Edward Gorey) eran enfebrecidos adeptos a contemplar bailarinas en acción, LFC desde una perspectiva descaradamente voyeur y Gorey, más circunspecto, desde la butaca de un teatro en sus incursiones a NYC para espectáculos de ballet.

Y, dicho todo ello, entro en materia. La idea de esta entrada vino por una circunstancia vivida hace pocos meses cuando acompañaba a una pareja de amigos al cumpleaños de otra amiga. La fémina de la pareja me comentó con alborozo que su intención era aprovechar el evento para bailar. Algo que ella hacía desde pequeñita siempre siguiendo la línea apolínea de la disciplina libremente asumida pero digiriendo el fondo dionisíaco presente en su estilo favorito de baile, el flamenco. Por unos quebrantos físicos (quebrantos literales, o sea, de osamenta), su capacidad para el baile había quedado notablemente mermada y eso la había oscurecido en parte su ocio y su ánimo. Esa tarde quería tomarse un poco la revancha de tales limitaciones. Por usar una expresión tarantiniana, quería volverse a sentir UNCHAINED.

Ella siempre me ha parecido vitalista, luminosa, especialmente decidida, pero en esa ocasión la encontré más INTENSA de lo habitual, como compensando (o tratando de compensar) algún percance cotidiano (¿alguna sobredosis de corrección política en su trabajo?: ella llevaba muy mal lo de la corrección política, tan mal como para sobredimensionarlo, como para haber perdido la esperanza de que «aquello» podía ser más transitorio que irreversible -de ahí que su paisaje personal, mayormente incorrecto, lo considerase sagrado, a defender con uñas y dientes: su familia, sus actividades creativas ajenas al encargo, su ocio como búsqueda y aprendizaje, antítesis del ocio como vacío mental programado que dictaba el establishment-). Cuando la mayoría del personal en la fiesta se lanzó a bailar, mayormente «meneando el esqueleto» (me acordé del himno pegamoide BAILANDO, tan distante del impulso lúdico con que Richard Gere se inscribe en la escuela de danza), ella se zambulló con un frenesí que encontré en parte «eliminador de toxinas» (lo que me remachó esa sensación de compensar chungueces y de afirmar esos precisos momentos de gozo). Pero atendiendo fijamente a sus movimientos, había una sutil diferencia en ellos, Dionisos no se libraba en ningún momento de Apolo (un Apolo discreto, con un punto zumbonamente jüngeriano, dejando la rienda muy suelta pero nunca dejando de mantenerla en sus manos): había a la vez aprendizaje (algo ya casi innato en ella, dado su largo tiempo de relación con la danza) y docencia (que ese mismo aprendizaje exudaba espontáneamente para cualquiera que prestase atención -cosa que alguna de las personas que bailaban alrededor hizo, entablando un diálogo eurítmico, apolíneo y dionisiaco a la vez, aunando ese adjetivo la prosopopeya orsiana evocando arcanas imágenes helénicas con la estridencia tecnopop de la recental Annie Lennox). Cuando abandonó the dancing pool (tan bañada en sudor como si hubiese salido de una piscina real chorreando agua clorada) con una sonrisa extática, alguien sacó a colación irónicamente aquella peli con Jane Fonda y Michael Sarrazin sobre los concursos de baile de los años 30 donde las parejas lo hacían hasta la muerte. Pero ella no murió: había soltado toxinas y venenos de los que el poluto entorno sociocultural estaba tan bien surtido y se la veía más viva que nunca. Creo que, de pronto, comprendí el misterio que había cautivado a Céline con diversos nombres y rostros y figuras en movimiento hasta desembocar en la que sería su compañera definitiva incluso después de su mutis, la viudísima Lucette Almanzor (tan apolínea como flamenca -así lo indica su apellido-).

TV MOVIES

Durante la pasada década, con la basurización provocada por la irrupción de las privadas, los telefilmes sobre crímenes en familia y psicópatas desatados fueron de lo poco hecho específicamente para televisión que logré soportar sin romperme.

Recuerdo el légamo primordial: aquellos primeros estrenos tv de la Universal, allá por el 72/73 (por tanto, contemporáneos de las mistery movies «Columbo» y «Mc Millan» -también de la Universal-), cada uno de ellos antológico (los repondrían, veinte años después, por la 2): aquel titulado «Ultraje» (en plena apoteosis del mito «Dirty Harry»), en el que Robert Culp, tras ser asaltada su casa en varias ocasiones por una banda de niños pijos, acaba reaccionando en plan justiciero total; o el debut de Spielberg, «El diablo sobre ruedas», sí, la del camión persiguiendo a Dennis Weaver; o el también debut de Stockard Channing (la futura oponente de Olivia Newton-John en «Grease» ) haciendo de patito feo que regresa al campus transformada en una beldad y se dedica a vengarse letalmente de quienes la humillaron y ahora la desean (no mucho después, los ecos de esta historia darían pie a una de las mejores cintas de Brian de Palma -«Carrie», según la novela de Stephen King-); o aquel otro con Cloris Leachman torturada en un bareto de carretera por unos siniestros cazurros (¿influencias del «Deliverance» de Boorman?); o la desasosegadora historia (con trazas de cuento infantil) encarnada por un adolescente Scott Jacoby que vive oculto en un cuarto disimulado con tabiques de una casa a punto de alquilarse… Años más tarde, a fines de los 80 y primeros 90, se pasarían notables tv movies de suspense y morbo, como la adaptación a la pequeña pantalla de «La mala semilla» con una niña (a modo de Nancy Loomis impúber) mucho más fríamente corrupia que la emperifollada y repipi rubita del original cinematográfico y con un patético David Carradine perfecto en su look de desecho humano con carnet de jardinero; o uno de los primeros «crímenes en familia» televisivos, «Amor, locura y asesinato», con una fabulosa Lee Remick plena de maldad y codicia incitando a sus hijos a matar a sus abuelos para el logro de una herencia…

En el último lustro, algunas de las tv movies (todas emitidas por Antena 3 y Tele 5) que más impacto me han causado son: la adaptación televisiva del «hecho real» que dio pie en su momento al film «Malas tierras», con Tim Roth en el papel de Martin Sheen; una versión american style de «La mujer y el pelele» con un espléndidamente ajado Richard Crenna (libre al fin de su vergonzante rol como domador a perpetuidad de John Rambo) y uno de mis máximos mitos eróticos de los 90, Karen Young (la madre de «El niño que gritó puta»); y ya que he mencionado este film, otro supermito erótico del menda, Moira Kelly (el conato de novia fóbica que el frenético niño se echa en el psiquiátrico), hizo un magnífico trabajo como principal inculpada en un crimen en familia bastante retorcido e incestuoso; otro crimen notable fue el perpetrado por un joven jugador de «Dragones y mazmorras» y sus colegas contra los padres del primero (y que supuso el debut de la oscarizada Gwyneth Paltrow de la mano de su mamá -en la ficción y en la vida real- Blythe Danner); tampoco estuvo mal el «hecho real» en que una madura y platinada Barbara Hershey seduce al vecinito adolescente para que mate a su marido; ni su variante más morbosa y con ecos de James M. Cain, en que la pelirroja pilingui de «China Beach» aquí contrata a un pardillo que se anuncia como mercenario en una revista ad hoc para que escabeche a su cónyuge; y, desde luego, he de destacar la única vez que el relamido de Peter Strauss me ha resultado digerible, como secuestrador psicópata de una niña al que ayuda una especie de novia medio subnormal no menos inquietante; acabaré mencionando a Richard Thomas, quien, tras debutar en su adolescencia como palurdo hijo mayor de «Los Walton», ha sabido encarnar en su madurez diversos roles inspiradores de angustia y desasosiego en variopintas tv movies (como alter ego ominoso de «Bubú salido de las aguas», como acosador compulsivo y letal de una Barbie ejecutiva con aire de Brooke Shields o como secuestrador de escolares proclive a la megalomanía y a la diabetes, ha sabido explotar a la perfección ese mal rollo que su físico me ha causado siempre -la expresión de tolilo, el lunar peludo en la mejilla…-).

Publicado en la revista MONDO BRUTTO (1996/99)

DE PRUDENCIAS Y COBARDÍAS.

entrada detonada por la lectura BOOMERANG de cierto libro de Gregorio Morán sobre los últimos años de mi tataratío -matizadamente boomerang, porque más que ataques abundan los reproches ¿o quizás son ataques conformados como reproches?-)

La cobardía impulsada desde la funcionalidad no es cobardía sino prudencia. La actitud estrucia de perder por puro canguelo el sentido funcional de la realidad eso sí es auténtica cobardía.

Que mi tataratío marrase en cuanto a las intenciones últimas de permanencia en el Poder del caudillo ferrolano (algo en que, por cierto, marraban a la sazón ¿casi? todos en este país, no importa la bandería o facción, incluidos los elementos más valorados por don Gregorio) no le quita ni un ápice al mérito sismográfico de su último proyecto político durante la República, la idea de un megapartido de CENTRO, de CONCENTRACION NACIONAL, que anunciaba realidades futuras como los rassemblements gaullistas que culminarían en la plebiscitaria V República, o en la secuencia iniciada (a partir de tales rassemblements) por Unión del Pueblo Español y culminada con la UCD (y años después aquilatada en las más exiguas y crepusculares singladuras del CDS y del intento -tan efímero como aquel original proyecto orteguiano- de la Internacional Progresista -que sólo encontró el apoyo del homólogo luso de Suárez, el general Ramallo Eanes-) o (a una escala mucho más territorialmente diminuta y, por tanto, tal vez más factible, si nos atenemos al tópico del Rousseau ginebrino -aunque hoy tal modelo se extienda sin prisa pero sin pausa desde 1979 a un país tan poco diminuto en territorio y población como China hasta elevarlo a primera potencia planetaria de facto-) el PAP (Partido de Acción Popular) que LEE KUAN YEW concibe para el gobierno y consolidación de la soberanía de Singapur a partir de mimbres tan diversos como elementos procedentes del comunismo, del centro izquierda laborista o de sectores más conservadores vinculados a las diversas etnias que conforman la isla/estado (esa presencia fundacional de comunistas «digeridos» nos hace pensar en ese momento mágico de la seducción de Carrillo por Suárez y que se perdería enseguida por las insidias, ambiciones y torpezas de hunos y hotros, mayormente de golpistas y felipistas, sin olvidar los borboneos desencantados ante un Suárez sin vocación de títere).. Finalmente, toda esta dinámica imaginada por Ortega y desarrollada por De Gaulle, Suárez o Ramallo Eanes, desembocará en la consumación definitiva del ente que, desde su gestación a fines de los 90 por un Yeltsin desencantado de las sirenas atlantistas y por el centrismo soberanista de Primakov, se consolida bajo la férula del Putin Amo en la dinámica regeneracionista que marca este primer cuarto del nuevo siglo en Rusia y hoy condiciona sustancialmente el devenir de todo el planeta. De Ortega a Putin, no es mal itinerario…  

«yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo» (Putin traducirá al cirílico esta consideración de Ortega en una de las condensaciones más lúcidas de su quehacer político)

EL DESTINO Y SUS PUTADAS.

El Destino, con ese recochineo sádico que tanto impresionaba a los griegos antiguos, impidió por dos veces consumar nuestro reencuentro. Primero con el proceso abortivo de EL DIA DESPUES (todavía pendiente de un porqué que ni él ni yo llegamos a elucidar -aunque él lo llevó mucho peor que yo, a fin de cuentas ya habituado desde el 86 a sinsabores musicales-) y en marzo de 2020, cuando presentábamos el CORTE FINAL de PARAISO y se habló de la posibilidad de algunos bolos, a los dos días se decretó el confinamiento (señal ominosa tal vez de lo que ha acabado por llegar, aunque las razones clínicas no coincidiesen). Al menos, hace poco más de un año, en su callejón del que no gustaba salir, en la terraza vietnamita y en compañía del amigo Oscar y del fiel Senovilla, tuvimos oportunidad de hacer un último balance de nuestra relación, centrándonos en los momentos más brillantes (privadamente brillantes, como los mejores chistes) de aquella transición 70/80 que nos regaló la singladura de un lustro en comandita hasta que yo tuve que abandonar por imperativos de salud. El continuaría un trienio más dejando nuevas muestras de que, conmigo o sin mí, su pulso creativo y ejecutante no flaqueaba.

El Destino nos permitió en el 94 hacer una reentreé de lo más exitoso en la sala REVOLVER (la pantera Esther me veía por vez primera, recental y teen, y yo sin enterarme hasta mucho después -casi una década-) por mor de la edición en cd de nuestros trabajos con Mario Pacheco (incluido el minicd de las grabaciones de PARAISO que Carlos Tena nos había hecho cuando el grupo estaba ya haciendo testamento). El dueño de la sala nos dijo que nuestra actuación había batido el récord de público desde su apertura. 

Antonio es definido, desde mi prisma, en cuanto a carisma y bonhomía como su alter ego en la pantalla (grande y pequeña), el Alfredo Landa de EL CRACK y de la serie TRISTEZA DE AMOR (ese productor de radio sincronizado -cronología puntualmente jungiana- con los propios pinitos de nuestro hombre desde la música a las tareas de realización en TVE). Si queréis saber de lo que se ocultaba tras su bigotón, su mirada penetrante y su laconismo (antimateria de lo bocachancla) que se relajaba en estupendas charlas cuando se sentía «entre amigos», lo repito, ir al Landa que acabo de mentar.

Pacheco, Tena, Antonio: espero que en ese Donde Sea que nadie ha podido demostrar que no existe,  mantengan sustanciosas charlas, liberados ya de miserias terrenales.